CARLOS JAVIER DÍEZ ALONSO “Pescate”, “un ribereño del Curueño nacido en Pucela”, por casualidad y enamorado de los Gallos de León y la pesca a la leonesa
Texto y fotos: Eduardo García Carmona y CJ
CARLOS JAVIER DIEZ ALONSO, pasa del medio siglo de vida desde que nació en Valladolid porque el azar lo dispuso así. Sus padres estaban allí, temporalmente.
Con un año de edad el pequeño Carlos Javier, junto a sus padres, volvió a su verdadera tierra, a León, donde ha vivido hasta que el destino y el trabajo le llevaron a tierras de Castellón, en la Comunidad Valenciana.
Por supuesto, Carlos J. es un leonés hasta la médula, pese a ser pucelano de nacencia. No es un leonés cualquiera, es un leonés de la montaña, de Montuerto de Curueño, una zona que lleva muy dentro. De allí eran sus abuelos maternos y allí vuelve cada año, no sólo en verano.
Criándose a orillas de uno de los mejores ríos trucheros de España, no es de extrañar que, además de pescar, pronto sintiese la inclinación de confeccionar, artesanalmente, sus propias moscas de pesca.
A
montar ahogadas le enseñó su progenitor cuando tenía 10 años. Se considera un
poco autodidacta pues, poco a poco, él solito, fue mejorando la técnica. A
montar moscas secas comenzó sobre los 15 años y, también, lo hizo por cuenta
propia, sin ayuda.
La afición por la pesca le vino siendo aún un “chavalin” cuando, junto a otros niños del pueblo de Montuerto, se acercaban al Curueño a por truchitas, pero cogiéndolas a mano. Hoy le da apuro reconocer esto, aunque era algo normal hacerlo en aquellos años. Ahora, con tanto ecologista de “salón”, no se pueden ni contar aquellas historias o formas de pescar tan nuestras y del pueblo llano.
Los
primeros recuerdos de Carlos Javier pescando a caña son con su padre, en el río
Torío, en Pedrún cuando apenas tenía 11 años. Siempre pescaba a ahogada o pesca
a la leonesa.
Por desgracia, quien esto escribe, no ha tenido oportunidad de pescar a su lado aunque he estado cerca por coincidencia en algunas ocasiones en el Bar Sierra, en Nocedo de Curueño, local que en la actualidad está cerrado por jubilación de su dueño, Avelino de la Sierra.
Carlos J. nos cuenta que en la actualidad pesca mosca seca pero, nunca se olvida de la ahogada. Cuando sale de pesca siempre lleva las dos cañas, practicando un rato a seca y otro a ahogada. “No hay que olvidarse de las raíces y la ahogada son las mías en la pesca”, comenta.
Por
aquello de que es un amante de la bicicleta, no es difícil en pleno verano
leonés, encontrarlo entrenando o simplemente paseando por las montañas de la
zona de Montuerto, aunque una lesión le ha tenido una temporada inactivo.
CARLOS JAVIER, más conocido por “Pescate”, tiene especial predilección por los ríos de montaña, estrechos y torrentosos y cuanto más enmarañados mejor. Normal habiendo “mamado” agua de los manantiales del Curueño, ¿no?
Si
puede elegir, huye de los tramos medios y bajos de un río. “Fuera de León existe, para mí, un pequeño río muy inaccesible donde no
me he encontrado nunca con nadie y cuyo nombre me lo guardo para que siga
escondido y preservado (jajaja)”. Apunta.
Como en la película de Brad Pitt, “El rio de la vida”, el Curueño es para CJ DÍEZ ALONSO, “el río de su vida”.
Cada
pescador tiene su primera trucha y casi siempre es inolvidable. La de nuestro
amigo fue en la entrada de las hoces del Curueño, el primer día de pesca de lo
que fue su primera temporada truchera, con 11 años y pescando con sus propias
moscas, aquellas no muy bien confeccionadas todavía – se ríe-. “Fue en una corriente y la clavé a un
pardón. Recuerdo que tenía sólo un centímetro por encima de la medida mínima
pero, por ser la primera que engañé con mis propias moscas, sentía pena y la
devolví al río, creyendo que sacaría alguna otra para llevar a casa. Ese día no
saqué ninguna más, así que me fui de vacío a casa, aunque muy contento”.
Siente añoranza cuando piensa en los ríos de antaño y le vienen a la cabeza recuerdos, lo mismo que a todo el mundo pero sobre todo, “porque había montones de truchas por todos lados”.
Se relaja en el río y nunca se siente sólo aunque lo esté. El recuerdo del silencio en el río le evoca paz y
tranquilidad. Para “Pescate”, con sólo escuchar cantar de los pájaros y el murmullo del agua es suficiente y apunta, “es curioso pero yendo a pescar, a diario, pasaban semanas y no me encontraba con ningún pescador en el río. Si querías charlar con alguien, no lo encontrabas. Los fines de semana si había más pescadores”.
Ahora
todos sabemos “las romerías” que se organizan los fines de semana en algunos de
los ríos de León. Por este motivo, hace años que no sale a pescar en fin de
semana dedicándoselo a la familia.
Echa de menos aquella soledad en el río, tanto, tanto que “durante mucho tiempo mi mejor compañero de pesca era mi padre y dejó de pescar hace años”.
Hace
alguna salvedad cuando le visita Cali, un compañero de trabajo de Zamora, o
Arturo, un valenciano.
Jamás ha participado en campeonatos. Precisamente, por eso de la soledad y es que “no me gusta que me estén mirando mientras pesco pero, tampoco veo nada negativo en la gente que compite. Quizás existe un aire de elitismo en algunos competidores pero eso, también, lo he visto en otros que no compiten, así que no es algo achacable a ellos solos”.
Cree que el furtivismo, los vertidos, mala gestión, presas, cormoranes y otros como la poca inversión en naturaleza son los grandes males de la trucha. “Al final el problema de los ríos de León, igual que los de la mayoría de España, se reduce a una sola cosa: el dinero”.
Los ríos no se cuidan porque no se obtiene dinero de ellos. Es más fácil permitir todas las barbaridades, que sancionar a las empresas que vierten, a los ayuntamientos que no depuran sus aguas, a los furtivos que tienen padrinos, a las empresas que reducen los caudales ecológicos a mínimos irrisorios para lucrarse con las centrales hidroeléctricas, etc.
CARLOS JAVIER DÍEZ ALONSO cada vez que vuelve a Montuerto de Curueño, ve a su familia y amigos y se refleja en las aguas frescas y cantarinas de su río con las memorias de su niñez y juventud presentes. Recuerda mucho a su abuelo, “siempre me subía en su moto a las hoces del Curueño, me dejaba allí y él se volvía a Montuerto. Una hora más tarde volvía a recogerme. Cuando él subía a buscarme, nunca estaba en la carretera y tenía que ir por las hoces pitando con su moto para que yo le oyese y dejase de pescar”.
TINO
EL DE MONTUERTO, así conocían al abuelo de Carlos Javier. Siempre le tiene
presente.
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