Un pescador, VICENTE
PRIETO GARCÍA, que fue pescadero y hostelero en la calle de la Rúa de León
Texto
Y fotos: Eduardo García Carmona
Entre
“mis amigos de la pesca” quiero recordar a uno de manera especial, VICENTE
PRIETO GARCÍA, industrial hostelero en la calle de la Rúa de León, próximo a la
pescadería que regentó durante muchos años hasta que el fuego y las llamas
quisieron arruinar el negocio que regentaba junto a tu esposa, Milagros San
Francisco, “Mila”. Los dos han abandonado este mundo hace unos años, DEP.
Ambos
fuisteis la alegría de la calle de la Rúa, la alegría de “la era” de Las Salas,
la alegría de la Cofradía del Dulce
Nombre de Jesús de la que era costalero por amor a la tradición y el
significado de la Semana Santa Leonesa porque, Vicente, era un ser que
pertenecía a León, cuyo símbolo llevaba en lo más hondo de su corazón.

Estuve
unos años fuera, en las islas Canarias y no pude estar próximo a Vicente en la
recta final de su vida pero, el
alejamiento físico siempre se compensaba
con las visitas periódicas cuando llegaba desde Canarias a León para
asistir a la Semana Internacional de la Trucha. Qué manera de dar la hebra y
siempre detrás de la barra con ese humor único que tenías, amigo. Siempre que
te recuerdo lo hago viendo las ganas de pescar y vivir gozando en plena
naturaleza que tenías y que ambos disfrutamos en Las Salas. Te recuerdo
pescando pero, te recuerdo como persona alegre y jovial, amigo de los amigos,
pendiente siempre de los demás y ayudar,
algo que te enseñaron desde niño, niño que tuvo que abrirse camino en los
difíciles años cincuenta por las calles de aquel León de antes. Vicente se
graduó en la mejor universidad del mundo, la universidad de la vida y la
amistad, del amor, de la alegría, la de ser persona y amigo.

Aquellos
años en la pradera de Las Salas eras nuestra mejor compañía, me refiero a Juan Moreno
Tascón y yo, “Juan y yo” como cariñosamente nos llamabais, incluyendo a
Manuela. El “Juan y yo” era lo reflejado al escribir mis crónicas en las
páginas de pesca de Diario de León. Escribía de “la semana del padre” que
terminó siendo el mes de la familia porque allí terminamos todos, años después,
con nuestras esposas, niños y amigos.
Cuántos
recuerdos, Vicente.
Aquellas
parrafadas junto a la hoguera y frente a un buen puchero de orujo. Era tú
“queimada de Las Salas” a la que dabas tu toque de sabor con la leña de la
hoguera apagando en el “caldo” un tizón de leña encendido. Aquellos cánticos junto
a la roca que nos cobijaba. Que bien cantabas condenado. Aquellas “judiadas”
que realizábamos amparándonos en la noche y que muy pocos conocen, ni conocerán.
Por cierto, el susto que me diste junto al puente de Las Salas cuando al sereno
estaba pescando y llevaba muchas truchas, bastantes más del cupo y eso que eran
doce o catorce pero, estaba tan centrado tirando las moscas y arrastrando
truchas constantemente que, cuando en la penumbra de la noche me diste el grito
¡qué hace usted ahí…! me temblaron “las
canillas” y el corazón se me puso a 360 Km/h y cuando reaccioné casi te llevo
para el otro mundo. Te llamé de todo.

Aquella fábrica de "salazones y
ahumados" en la era del pueblo con nuestros hijos maravillados y atizando
el fuego con ramas verdes para que soltase más humo. Nisio y sus cucharas de
palo. Las fresas salvajes que apañábamos cuando hacíamos limpieza del reguero
de la fuente. Son tantos y tantos recuerdos, momentos de amistad y alegría los
vividos que, a pesar de que te fuiste a muy temprana edad, 68 años, parece que
fue ayer y fue en 2017.

Fuimos
amigos y compañeros de pesca y continuaremos siéndolo aunque tú estés en el más allá ahora.
Algún día volveremos a reencontrarnos aunque espero sea más tarde que temprano.
Nuestros hijos fueron “una única familia de verano”, eran como hermanos:
Vicentín, María, Angelín, tus sobrinos, Monse y Antonio (DEP), mis hijos,
Eduardo y Noemí, los de Serafín y Enedina, David y Sonia, del Bar Las Pintas de
Las Salas y otros niños que se
aglutinaban a tu lado porque eras un líder y el que les daba marcha. Manuelina,
Solutor el cura, Geli (DEP), Raúl y Elena, del Bar El Jaido. Tus cuñados Tere y
Antonio Adán; Antonio San Francisco y Pili; El Pelao y Loli, de quienes pocas
noticias he vuelto a tener.
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Siempre,
hiciese frío o calor, estabas feliz y lo demostrabas vistiendo aquellos
pantalones vaqueros recortados, camisa caqui remangada y dos o tres botones
abiertos enseñando pelo. Vivías para los demás y los demás te recordamos con
mucho cariño porque si alguna vez no fuiste “bueno” lo eras contigo mismo.
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Ahora
en el recuerdo entre mis amigos de la pesca te estoy viendo con tus pantalones
cortos y zapatillas organizando excursiones al muro del pantano y los pueblos
de alrededor. Con especial cariño recuerdo una excusión realizada caminando por
la ruta antigua de Las Salas a Lois con carretera de tierra. Queríamos llegar para
ver la catedral de la montaña y beber de aquella fuente maravillosa próxima a
la “casa del humo” y la cátedra de latín. Aquella otra marcha por la maltrecha
calzada romana desde Las Salas a Remolina, un lugar precioso que preside el
embalse de Riaño, pueblo al que llegamos surcando el río del mismo nombre que
bajaba desde la fuentes del pueblo, un lugar con casonas impresionantes y
paisaje de ensueño.

Aquellas
noches de “parranda” en el antiguo bar-tienda Las Pintas, donde Serafín y
Enedina nos acogían como si fuésemos de la familia. Las risas que pasábamos con
Manuela y su inocencia. En aquel pequeño escenario que no era otra cosa que un
altillo de madera. Te colocabas a cantar tú y otras veces, Roberto, un empleado
de Sabugo. Él sentado con la guitarra en una silla y tú cantando. Los que
estábamos enfrente no parábamos de reírnos y la inocente de Manuela no sabía
por qué. Era “un güevo peludo” que se le había escorado al guitarrista por el
pantalón vaquero recortado y sin calzoncillo. Cuando se lo dijimos a Manuela,
las risas llegaron hasta Riaño y no paraba de gritar “madre, madre, madre
santísima…”
Las
sesiones de cante flamenco junto a la hoguera con “la peñona” que hacía de
refugio y altavoz para los del pueblo que terminaban bajando a la era a
disfrutar con nosotros y de nuestra queimada.
Y
aquel viaje con el que nos dejaste a todos asustados junto con tus hijos
Vicente y Gelo cruzando montañas desde la cuenca del Porma a la del Esla,
durmiendo en plena naturaleza dos noches seguidas con lobos aullando, con las
estrellas y la Luna iluminando el entorno natural.
Eras
un gran amante de la naturaleza y la pesca algo que inculcaste a tu familia
desde siempre.
En
la pesca te faltaba tiempo para aleccionarme con tus sabidurías y conocimientos
del arte del mosquito ahogado, ahora conocido como pesca a la leonesa. Gracias
a ti y a tu cuñado, Antonio San
Francisco, conseguí confeccionar mi primera mosca
ahogada en la misma orilla del río Esla. Era una mosca negra con pluma blanca
(hormiga de ala blanca) con la que, pese a estar muy mal confeccionada,
conseguí mi primera trucha con una mosca adobada por mí. Días después me
acerqué hasta tú pescadería en la calle de La Rúa y me llevaste a la tienda de
Toña en avenida de Padre Isla y a la de Ubaldo en pleno barrio húmedo. Compré tantos
hilos que 50 años después aun continúo haciendo las moscas con aquellas sedas.
Como
pescador te codeabas, querido Vicente, con lo mejor de tierras leonesas.
Recuerdo a Julito, el de La Más Bonita (DEP), a Sabugo, Roberto Morán “El Viru” entre
otros. Eras muy fino y conocías los ríos como pocos. Especialmente el río Esla
en su paso desde lo que eran las obras de la compuerta del pantano, hasta el
puente de Las Salas. Qué cantidad de truchas pescábamos pero, sobre todo tú que
conocías cada rincón donde lanzar, algo que me quedó grabado en la mente y pude
demostrarlo, en tu honor, varios años después. La zona del Escudiello era
nuestra favorita antes de que se cerrase la compuerta del pantano, claro. Qué
tiempos, estimado Prieto García. Ahora, no se puede acercar uno ni a la orilla
especialmente de junio a setiembre. Por nostalgia de aquellos días, intenté
pescar el tramo años después y lo cierto es que me asustaba sólo con ver como
bajaba el río de caudal en pleno verano. Ni en los peores inviernos lo había
visto tan bravo.
Con
mi mayor cariño y recuerdo para VICENTE PRIETO GARCÍA, el “pescadero y
hostelero de La Rúa” que nos dejó huérfanos pero con el que continuaré
pescando, bebiendo, brindando, cantando y celebrando, todo lo que haya que
celebrar en su memoria.