Eduardo, José Mª Acebo y José L. Méndez
El Castillo, el coto del río Omaña que sorprende…
para bien y para mal…
Una
jornada de pesca pobre en capturas por el
escaso tamaño
Haberlas
“haylas” pero…
Lo
mejor reencontrarme con un amigo que hacía muchos años no veía, JOSÉ MARÍA
ACEBO y un peregrino sevillano haciendo El Camino de Santiago
Texto
y fotos: Eduardo García Carmona
Los días de pesca son todos diferentes. Un día pescas de maravilla y al siguiente te llevas “un cero”, al menos de tamaño exigible.
Las
pintonas son como “las mujeres”, que me decía un buen amigo, son las que
eligen…¡qué razón!
Con éstas “máximas”, les puedo contar que he pescado el coto de El Castillo, en el río Omaña, León, junto con mis compañeros y amigos, José Luis Méndez y Benito Lozano, y hacía muchos años que no lo pescábamos, los tres, tan mal. Ojo, pescar pescamos pero no es igual sacar diez, doce o catorce truchas y que la mayor no llegue a los 21 o 22 centímetros, que pescar media docena y que alguna te “enderece” el anzuelo en la lucha pero, no todos los días son iguales en la vida y menos en la pesca.
Dicho esto, lo mejor fue reencontrarme con un amigo que hacía más de 20 años que no veía y con quien tomaba café, casi a diario en el Bar Las Lleras de León cuando yo trabajaba en la radio, en Rne. Me refiero a JOSÉ MARÍA ACEBO, conocido joyero en la capital leonesa que es hijo del pueblo de El Castillo donde su padre regentaba el bar CASA SANDALIO, a quien también conocí en
mis primeros años de pesca por la zona con Ismael, Bagardi y Pepín. Nos vamos haciendo mayores y lo contamos porque los dos últimos “se fueron” hace años. La alegría fue inmensa y nos fundimos en un fuerte abrazo. Allí estaba con su esposa e hijo y señora y sus nietos disfrutando de un gran día de calor aunque “lorenzo” se ocultó muy temprano dejando paso a las nubes de bochorno. En El Castillo a 26 o 27 grados y nublado es un “bochorno”.
A
José María le realicé una entrevista en video que publiqué en Facebook hace un
par de días.
LA JORNADA DE PESCA Y EL PEREGRINO
Mis
compañeros y yo pasamos de la esperanza al desánimo.
El
día prometía y el río presentaba un aspecto idóneo para la pesca aunque las
aguas estaban frías, como casi todo el año. La luna estaba en cuarto menguante
y aunque estamos en el mes de Mayo parecía verano.
Mientras Benito elegía la zona alta y José Luis se quedaba en la zona más cómoda
porque estaba lesionado, yo elegía la zona baja casi desde Guisatecha hasta El Castillo donde, cada vez que he ido a pescar o casi siempre, he conseguido buenos ejemplares. El problema es la maleza que cierra los accesos al río pero, lo encontré (jajaja).
Como
nos habíamos metido un bocata a eso de las 10,30 horas, quedamos para comer a
las 17 horas. Llegué un poco antes y cansado de llevarme a la mano “truchinas”,
no demasiadas porque tampoco llegaron a la docena y de arrastrar un par de
ellas buenas pero como pesco con anzuelos sin muerte, antes de llegar a la
sacadera me dijeron…¡adiós! Y se quedaron para criar. Tampoco las iba a llevar
porque, aparte de no tener cesta, pesco los cotos con muerte, sin arponcillo
porque las devuelvo. El caso es estar con los amigos pescando y disfrutando del
río y respetar si ellos las quieren llevar porque para eso está autorizado.
Cada uno es cada uno y “seis, media docena”, que digo mucho.
La sorpresa fue coincidir los tres en lo mismo: la jornada ha sido mala. Benito como yo, más o menos. José Luis peor porque debido a la lesión, no se pudo ni calzar las botas de pesca, practicando cuatro tiradas junto al puente que es cómodo de transitar.
Lo mejor de la jornada fue la amistad y encontrarme con un amigo como les he explicado. También, comprobar que han limpiado las orillas, al menos en esa zona que no en el resto pero, por algo se empieza y como casi todos los años, dialogar con “el guarda”. Me refiero a Paulino. Por cierto, a sus 92 años ha cambiado de coche pasando “del rojo, al gris” y viéndole muy bien físicamente.
Y aunque la pesca no fue lo que, habrá mejores días pese a lo dicho por Paulino que es lo de todos los años, “no hay truchas”. Desde luego, mucho ha cambiado el coto desde que él no es el guarda pero, como me comentó Acebo, “haberlas, haylas” y muy buenas porque él, mi amigo, las ve en sus paseos casi todas las semanas cuando saca los perros de caza que tiene en la finca porque, José María es más cazador que pescador, aunque también.
Así las cosas, seguiré cogiendo El Castillo siempre que pueda porque es uno de mis cotos favoritos de León.
Otra
sorpresa fue ver a un peregrino con su mochila a cuestas, preguntándome si
Vegarienza quedaba lejos. Le dije que a unos tres kilómetros por carretera pero
el venía por el “Camino de Santiago” del norte y curiosamente, era de Sevilla
capital. Le desee “buen Camino” y dialogamos un buen rato. Era su quinto
Camino. La pena es que no nos hicimos una foto porque me acaba de quitar el
vadeador y me cogió casi “encueros”.
El castillo, el que da nombre a la localidad, está como siempre y terminará cayendo algún día. Haciendo honor al mes de las flores, estaba lleno de ellas que rebosaban por las pocas almenas que continúan en pie. Qué pena.
Y aunque por “San Blas, las cigüeñas verás” que dice el refrán, allí se encontraban en
la pradera picoteando las hierbas en busca de alimento, o volando desde el castillo y haciendo sonar su castañeo con el pico.
Bonita
estampa.
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