LIBROS PUBLICADOS POR Eduardo García Carmona

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domingo, 4 de abril de 2021

9ª PARTE de la Semana Internacional de la Trucha de León y su historia…

 

Pedro García Trapiello recibe la placa como pregonero de mano del Consejero 

OTRO PREGÓN MAGRISTAL, el de Pedro García Trapiello

El leonés, junto al francés Guy Roques, ha sido los únicos que han hecho “doblete pregonero”…

¿Por qué será?

 

Texto: Pedro García Trapiello. Fotos: Eduardo García Carmona

 


Aunque siempre recordaré el pregón el magistrado juez de León, JOSÉ RODRÍGUEZ QUIRÓS, el pregón de éste no es posible ofrecerlo porque fue un pregón improvisado, casi en su totalidad, por medio de historias anotadas en un simple papel, a modo de “chuleta”. Una pena.

De los más significativos por el contenido y por la forma de pronunciarlo, para mí, fueron los dos pronunciados por PEDRO GARCÍA TRAPIELLO y que ocupan un lugar de honor en “mi pódium imaginario”. Ambos han sido únicos con ese sabor “cazurro” y la forma de relatarlo o contarlo de Trapi. Fantásticos ambos.

En Pescarmona les ofrecemos uno de ellos el pronunciado con motivo del medio siglo que cumplía el evento.

 


Pregón de la 50 Semana Internacional de la Trucha de León a cargo de Pedro García Trapiello

 


Nací en una finca lamida por un río, allí donde el Torío deja de ser montaña para ensayarse ribera… y crecí después en un barrio de esta ciudad cuya frontera era otro río, un Bernesga de barrancas verticales, alomadas pedreronas en su lecho y fecundo en bogas, barbos, bermejuelas y alguna nutria, pese a ser un río maltratado por carbonillas y vertidos. A él nos escapábamos la chavalería del barrio con varas de avellano o bambú, sedal escaso, corcho barato y anzuelo con moruca para volver a casa como un Tom Sawyer de su mississippi cazurro con la pesca al cinto, ensartada en una mimbre, cosechando admiraciones por la calle y un guantazo en casa por escaparnos sin permiso.


Esa era la pesca menor del catecúmeno que se iniciaba, la de entresemana o de escuela grillada, porque los domingos, llegado el verano, eran días de río respetable, el Luna en tierras de Ordás o el Porma en Villanueva del Condado… ahí se pescaba a lo grande, fardeles de bogas a tresmallo y truchas de kilo a chapuzo… eran esos los cinco días furtivos al año en los que mi padre, tan de acatar a rajatabla toda norma o autoridad, reclamaba sin embargo un legítimo y sano desprecio de la ley en esta materia alegando el derecho histórico de los pueblos ribereños a las antiguas artes populares de la pesca, aquellas que le enseñaron de rapaz los legendarios buceadores de su pueblo, Santa María de Ordás, sin contar otras mañas menores como eran el butrón, la garrafa o la morga.


Esas son mis actas bautismales que siempre exhibiré con más orgullo que rubor.

Pero un  buen día se cayó mi padre del burro de los sobresaltos furtiveros y se presentó en casa con cinco cañas, cinco cestas, cinco pares de botas y un objetivo que era una orden, hacernos pescadores por el libro, vareadores de reglamento… y exploradores, porque aquello fue el comienzo de una insaciable búsqueda y conquista de los parajes más recoletos o grandiosos que se dispersan en esta tierra, lugares que pasman, montañas que desnucan la mirada, arroyos alpinos con truchas escaladoras… o ríos con dos y tres cauces o mangas en las riberas bajas con sus sotos selváticos de un kilómetro de ancho, aquellos ríos con barcazas de tirolina donde no había puente.


Y con los ríos, descubrimos los pueblos, la gente paisana y sus afanes… o aquel sueño urbanita que ya comenzaba a despoblar esto… pero siempre se producía el hallazgo de alguna cálida fonda de colchón de lana para madrugarle al coto o una casa de comidas donde te daban esas dos cosas que obligan al cariño y a volver, plato y trato… o una cantina con estufa y partida de mus con la cuadrilla pescadora si la inclemencia o la terquedad de las truchas te echaban del río.

Esa tarea de descubrir se convertiría en inacabable, pues teníamos delante los veinticinco mil kilómetros de ríos y arroyos que surcan estas tierras leonesas, de los que una buena parte son eminentemente trucheros, un verdadero privilegio natural que


envidiaba la Europa que se desarrollaba entonces sacrificando aguas y ríos. ¿Cómo no anonadarse en aquel río Burbia festoneado de pallozas y de montes gigantes, río al que se llegaba por una carreteruca de grijo con susto de muerte en cada curva?... ¿Y aquel Selmo enredado entre bosques de castaños centenarios?... los ríos de Riaño eran la bravura torrencial con su toque suizo y los de La Cabrera eran puro cristal sobre



esquistos pizarrosos y entre carriles romanos tallados en montes morados de urces… se sucedían los descubrimientos despampanantes: las fuentes del Sil en Babia y Laciana, el Luna en Villasecino, el Omaña en la Omañuela, por supuesto, el Órbigo en Santa Marina o Villarroquel, el Duerna en Molinaferrera, el Curueño en Valdepiélago, el Eria en Morla y Corporales, el Esla en Bachende, el Cúa en Espanillo… ríos de virginidad casi intacta entonces en muchas de sus cabeceras y fuentes.


Empezó aquello en el año 1970, justo cuando esta Semana Internacional de la Trucha llegaba a su quinta edición pregonada en este mismo escenario por un Fraga Iribarne que impulsó la creación de este parador y que ya mantenía con los ríos leoneses un ritual idilio que le ayudaba a disolver las fatigas de gobierno o los disgustos electorales, infatigable el tío, ni en sus ochenta dejó de varear en Villafranca o en el Condado… una Semana Internacional con nutrida presencia extranjera que un año después pude seguir activamente, además de con la caña, con la pluma, pues empezaba a escribir en el Diario de León… y me pedí el tema, faltaría más.


En ediciones sucesivas vinieron pregonando gentes de mucha huella, nombres de mito y respeto como Miguel Delibes, el de elegante magisterio… Rodríguez de la Fuente hecho pasión por lo silvestre… Matías Prats padre, siempre tan solemne…Diego Carcedo o Blanco Tobío con su sagacidad periodística… Sáenz de la Calzada (Luisito para Pepín Eguiagaray)… o el gran Pepe Quirós repartiendo jurisprudencia truchera en un pregón inolvidable… pregoneros ausentes no pocos, vaya para ellos un recuerdo emocionado… o pregoneros presentes como los que hoy nos juntamos en esta conmemoración y que citaré por su orden en el calendario:




Eduardo Gª Carmona y Luis Quesada

José Luis Díaz Villarig (doctor también en la suerte del lance), Miguel Cordero del Campillo (cátedra viva de tantos saberes y valedor de estos ríos desde su Peñamián natal), Juan José García Marcos (centinela medioambiental y catedrático en moscas de mayo), José Antonio Fernández “Fer” (la bondad y la ironía hecha dibujo desternillante), Luis Quesada Barbado (con su catecismo de “Se están cebando”), Guy Roques (la estampa viva del francés ilustrado que encontró aquí algún sueño volteriano de la naturaleza primigenia e inocente) , Estanislao de Luis Calabuig (la voz catedrática que investigó el alma de estas aguas), Eduardo García Carmona (compañero en el arte de la noticia, gran conocedor de todo el León fluvial y alma en voz de esta Semana en tantas ediciones), Enrique Sánchez del Villar Hevia (nuestro hermano asturiano de la ingeniería naval y trotarríos del mundo), Rafael de Garnica Cortezo (biólogo de pasión y apasionado pensador libre) y Luis María Fernández Luengo (director de la escuela nacional de técnicos de la federación de pesca).
Rafael de Garnica

Seguro que en su memoria se reviven ahora mismo muchas jornadas de pesca formidables y algunas de aquellas fabulosas pescatas que llevaron la fama de estos ríos a todo lugar.

Enrique Sánchez del Villa y Javier Sancho
¿Será inoportuno recordar aquí que en aquellos años 70 el cupo por pescador y día estaba en veintitantas truchas?... ¿y aquellos míticos riberanos de renombre que lograban vivir de pescar truchas o ranas en unos ríos que parecían inagotables como el Órbigo o el Porma?... ¿y aquellos dos mil quinientos kilos de truchas que sacó una cuadrilla canalla con pesca eléctrica tan sólo en siete lobadas entre Carrizo y Cimanes un mes de octubre de 1983?...

(Aquí contó Trapiello una anécdota de un belga en el Hostal cuyo texto nos es imposible incluir por haber sido improvisado)


La densidad truchera y la recuperación biológica de estos ríos nos parecían todavía estables pese al furtivismo voraz y a las cuarenta mil cañas que vareaban tablas, torrenteras y pozacas desde marzo a septiembre… porque entonces, todos los ríos, incluidos los que su caudal lo regula un embalse, tenían una idéntica morfología de antiguos usos… aún no se habían descubierto los encauzamientos radicales y las escolleras que convirtieron en malecón unas orillas que fueron en su día de pozo sombreado con arboleda tumbada encima… y sólo algunos gaviones de morrillo se veían en parajes donde el caudal terco bajaba mordiendo.



Y lo más importante: a cada poco, al río lo apresaban, le ponían presa, un escalón con estacada de roble, morrillo y tapín, obra que hoy diríamos biodegradable porque había que repararla o rehacerla cada año, un puerto que brindaba a los peces un refugio vital en los fuertes estiajes y del que nacía una presa de riego o presa molinera cuyas cabeceras elegía la trucha como el frezadero ideal y más seguro, hoy tan difícil o improbable en los ríos de cauce estrechado o encamisados de fuerza… y cada presa era después un vivero y una guardería de caudal tranquilo y fluyente sobre suelo de arena y grijo donde los alevines y la vida menuda tenían garantizada una supervivencia más tranquila y prometedora… ¿cuántos miles de

kilómetros sumarían todas aquellas presas hoy cegadas que se convertían en pequeños ríos donde el cangrejo hacía de carroñero limpiador, los peces se hacían marallo para ofrecerse como sopa insuperable y hasta las truchas grandes las frecuentaban como quien iba al supermercado?... y a cada poco también, charcales a uno y otro lado del río o recodos estancados que eran un rebullir de vida y de esa microfauna tan necesaria en la biodiversidad fluvial… ríos que el capricho de la riada redibujaba de vez en cuando aplicando su arrolladora rutina milenaria y esculpiendo dunas de canto rodado o sotos espesos de sauce palero, alisos, fresnos…

Aquellos ríos de la infancia eran además las únicas playas en estas Costas del Adobe, que por eso eran ríos de soto dominguero y familiar con tortilla, tartera y tartana… o domingo de peña y petaca, parando a media mañana para el taco o el bocata con los camaradas de jornada… ah, y con hoguerita de palos al pie porque aquello era marzo, aquello era el coto de Pedrosa


del Rey y soplaba un bris de mil pares con agujas de hielo que te zurcían el cutis… menea las brasas, Nicanor, y pasa la bota de una vez, que te embobas… porque al río no se iba sólo a llenar la cesta, sino a conocer parajes y enhebrar amigos que en algunos casos serían ya perpetuos… como aquel gran amigo del pediatra don Avelino, un becacier de Burdeos que jamás perdonó sus citas habituales con estos ríos que le exigían fatigosos viajes de mil kilómetros y que protagonizó en 1974 una anécdota tan chusca como ejemplar, pues pescando en tierras riañesas (a mosca seca, naturalmente) era observado desde el puente por una pareja de la guardia civil (algo cerril en este caso) admirada ante el espectáculo que ofrecía el considerable

tamaño y la frecuencia de sus capturas y, sobre todo, por el hecho de que las devolviera  en el acto al río -algo paradójico entonces e inédito en estos pagos- no sin antes sacar de su bolso un spray con el que le rociaba el morro a la trucha…¡tate!, debió pensar la autoridad, le pillamos in fraganti, estos cabrones franceses nos están inoculando algún virus o bacteria para acabar con nuestro emporio truchero igual que hicieron en el siglo XIX metiendo la

filoxera en el viñedo español, puta envidia… y pasaron a detener su faena y llevárselo al cuartelillo junto a la flagrante prueba del delito, aquel botecito con una etiqueta que les era totalmente incomprensible por estar escrita en francés, que por eso tardaron lo suyo en constatar que aquello no era la peste química que suponían, sino un antibiótico con el que nuestro ejemplar becacier quería asegurarse de que no se infectara la herida que le hubiera provocado el anzuelo a la pieza.


Ese entrañable francés nos dijo en una ocasión con tono muy serio: “antes de veinte años os quedaréis sin truchas en estos ríos”… y nos burlábamos incrédulos de su tremendismo porque entonces “nadábamos en la ambulancia”… pero maldita sea, tuvo mucho de profeta el buen hombre, pues aquella temprana pesca sin muerte que él practicaba acabaría siendo la norma que hoy nos regula y nos obliga, aunque no lo hacemos tanto por haber aprendido su

lección de elegancia deportiva como por fuerza mayor y por ley del palo al haber menguado la riqueza truchera del paraíso fluvial leonés de un modo drástico, inconcebible e imperdonable, cosa que nos manda a pescar ya sólo en el pilón de los recuerdos… donde pescamos casi siempre un deseo: que al menos un trozo de aquel pasado vuelva a revivir en el futuro, un futuro que empieza mañana y en el que necesariamente habrá que renaturalizar los ríos que se dañaron sin sentido, un futuro  en el que ya nadie chuleará la ley con los residuos urbanos que aún hoy se vierten a los ríos… y un futuro en el que la famosa Tabla del Cura que existe en tantos pueblos trucheros volverá a hervir cada vez que eclosione mosquito mientras rasean las golondrinas pidiendo también su bocado.

Cabe pues mucha tarea y muchos sueños en las cincuenta próximas ediciones de esta Semana Internacional. Porque pese a todo, una gran parte de estos ríos leoneses siguen en el dibujo histórico con que los heredamos (y recuérdese aquí que la herencia de ese patrimonio natural no es un capital que nos dieron nuestros abuelos, sino un préstamo que nos hacen nuestros nietos, préstamo que habrá que devolver íntegro, más los intereses y mejoras)… ríos que siguen en su viejo esplendor de ribera o enclaustrados en la peña bajo toldos de haya, brindándonos paisajes y rinconadas de ensueño donde, si la picada escasea, la mirada también pesca otros gozos y trofeos.

Porque siguen siendo estos ríos un privilegio que por esos mundos envidian.


Porque en ellos uno se olvida el mundo y se ahorra antidepresivos al volver al día siguiente a su rutina.

Porque sigue habiendo fondas de mesonera afable y cantinas con lumbre, partida de mus y un plasma grande por si juega el Madrid… o el Barsa.

Porque sigue habiendo ganas de amigos y de conocer.

Porque sigue esperándonos en todos estos horizontes muchísimo paraje que hay que seguir descubriendo.


Y porque hay una realidad añadida que se convierte en razón patrimonial y en cuestión de gabinete o estado, como es el hecho de que aquí se escribiera y compendiara por primera vez en España el cómo han de hacerse o adobarse las moscas artificiales y cómo adecuarlas a los diferentes meses de la temporada, moscas hechas con hilos y plumas vistiendo el fierro… ese Manuscrito de Astorga de 1624 demuestra que en estos pueblos y estos ríos ya se llevaba mucho tiempo pescando a vara con complejísimos y elaborados señuelos, sabiduría e

ingenio popular que es probable que se exportara por el Camino de Santiago y que hasta copiaran los primeros tratadillos escoceses de pesca truchera… manuscrito que ya señalaba al Curueño como el santuario de una pluma de gallo que ha hecho de los mosquitos con que se pesca “a la leonesa” algo único en el mundo, lo que urge su declaración como patrimonio cultural Muy Tangible y también de la Humanidad con derecho a trono vitalicio junto al río, aunque sólo fuera por los siglos que lleva gobernando nuestras pescas… tome nota de ello el señor secretario.


Por lo demás, hagamos aquí un brindis para que los participantes en esta especial edición de la Semana no la olviden jamás al haberse dado cinco razones: porque el tiempo acompañó, porque la luna se estuvo quieta, porque el agua y el caudal bajaron en sus cabales, porque las truchas tenían un hambre etíope… y sobre todo porque se hicieron nuevos amigos.


A estos participantes y a todos los pescadores en general les encomiendo finalmente a nuestro padre san Delibes, que en la Gloria bendita está sin ninguna duda, aunque creo que no ha pasado de la puerta porque sigue charlando de colega a colega con ese santo pescador de Galilea al que pusieron ahí con las llaves… seguro que desde ese umbral seguirá echando reojos a estas querencias y estos ríos que él exploró y gozó narrándoselos después a sus hijos pequeños como si volviera de una Arcadia frondosa con torrentes plagados de pintonas.


Que san Delibes, pues, nos proteja en estos tiempos de climas cambiantes… y que reparta la suerte y la dicha que dijo haber encontrado siempre que vino a estas tierras con escopeta al monte, con anzuelo al río y con el oído siempre presto a lo que le contara el lugareño, esa sabiduría popular que asumió y tan brillantemente consignó en su obra literaria.


Que así sea.

Pedro García Trapiello

En León, un 4 de junio de 2016

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