El truchón de Azadón, cuento navideño de un “abuelo a su nieto”…
Texto:
Eduardo García Carmona: Fotos: Jesús Coronado, EGC y otros
Entramos en la recta de las Navidades de 2023, con “la nochebuena” a la espera, tiempo de familia para festejar el nacimiento del niño Jesús. No es una recta cualquiera, es la recta en la que todo se vive muy rápido y más, si el día 22 uno de los números de la suerte en el tradicional sorteo, te sonríe. Ojalá seas tú, estimado seguidor de Pescarmona aunque prefería ser yo.
Las Navidades son fechas de ilusión en todos los sentidos que, con la llegada de los seres queridos se incrementa.
En
este cuento les quiero relatar una historia entre un abuelo y su nieto.
-
Abuelo,
abuelo, ¿por qué no salimos al río para ver como baja el río Órbigo y ver desde
el puente las truchas?
-
Jajaja…ver
las truchas? Si ya casi no las hay. Además, pregúntale a tu madre que hace
mucho frío y te puedes resfriar.
El niño no esperó ni un segundo. Salió del salón familiar hacia la cocina donde su madre y la abuela compartían labores de cocina, mientras su padre y los tíos se habían acercado a Llamas de la Ribera para saludar a los amigos y tomar un vino. Vamos lo que ahora se llama socializar, no por menos la familia había llegado el día de la lotería a su pueblo, Azadón, para disfrutar de la fiestas en compañía de toda su familia tras largos meses en el País Vasco donde, en su día recalaron gracias al trabajo del progenitor en una fábrica siderúrgica.
Raudo y veloz el niño preguntó a su madre nada más pisar la cocina…
-
Mamá,
mamá, dice el abuelo que si me dejas acercarme con él hasta el puente sobre el
río para ver las truchas.
La madre le dice:
-
Pero
hijo si hace un frío que pela…
Como casi siempre, se salió con la
suya, no sin antes ser bien abrigado por su progenitora.
-
Abuelo,
ya estoy listo.
-
Pero
el que no lo está soy yo. Cuando te interesa mira que eres rápido.
Sin demorar mucho las ganas de aventura de su nieto, el abuelo con su “cacha”, un buen abrigo y su gorra para que el catarro no entrase por la cabeza sin pelo, se dispuso a recorrer el trayecto entre la casa y la orilla del río Órbigo.
Tras pasar por la fuente del pueblo
y salir a campo abierto por el sendero hacia el río, pudo comprobar que lo del
frío no era “un decir”. La escarcha aún se encontraba sobre las hierbas y
arbustos del camino y de la boca y nariz de ambos salían “chorros de vapor”,
como si del fuego del dragón se tratase.
Mientras, por el camino hacia el puente el abuelo le contaba una aventura con una gran trucha capturada hacía más de 60 años a cucharilla en la rasera de salida donde se encuentra hoy el puente que une Azadón con Llamas de la Ribera.
“Fue una jornada de pesca inolvidable, le decía a Juanito, su nieto que escuchaba muy atentamente mientras caminaba. Yo era muy joven y siempre que podía tras llegar a casa y hacer los deberes del colegio, cogía mi nueva caña de poco más de un metro, caña que me habían traído los Reyes Magos, con su correspondiente carrete e hilo de nylon. Era el primer año que pescaba con aquel artilugio al que llamaban “cucharilla” y estaba entusiasmado porque hay que ver que bien entraban las truchas a aquel cuerpo de metal con un trozo de latón que giraba sobre el cuerpo, según avanzada por el agua, como si fuese un molino, del que pendía una potera con tres anzuelos.
Le decía el abuelo a Juanito: “otro año cuando vengas en verano te llevo a pescar y te dejo hacerlo con mi caña, ¿vale?
El niño se mostraba entusiasmado
mientras el abuelo continuaba con su historia.
-
Había vareado prácticamente toda la
caída y las truchas se estaban dando bastante bien. Eran de buen tamaño pero no
demasiado exagerado. De repente, en una tirada próxima a un pozo y por encima
de éste, al caer la cucharilla, siento que el carrete se para y me cuesta
recoger. Creí que había enganchado en una rama de las que se quedan en el fondo
con las crecidas del invierno o algo parecido, cuando con el tirón para
desenganchar lo que hice fue subir una enorme trucha que cuando asomó la cabeza
me asustó.
Juanito, era enorme, tremenda. No me lo podía creer. Era imposible dominarla. Cuanto más la apretaba moviendo la manivela del carrete, más miedo me daba a que el sedal se rompiese y eso que pescaba con hilo grueso. No se me olvida ni la marca del nylon, Tortuga y del número 18.
Como
mucho miedo y casi suspirando para que no se me escapase, de vez en cuando
“rezaba a la virgen” y decía, “virgencita, virgencita, que no se me escape.
Tardé tanto tiempo en conseguir llevarla a la orilla que, me parecía una eternidad. Serían entre 8 o 10 minutos pero fue un mundo. Sólo me faltó bailar de alegría. El salto que dí cuando la toqué con las manos, ya sobre las piedras de la orilla del río y el grito, se debió escuchar en los dos pueblos.
Después, como los grandes toreros, la paseé por el pueblo de Azadón. Pocos habían visto un ejemplar mayor en sus años.
Por
cierto, tenía unos dientes tan grandes que parecía un tiburón.
La
pesó tu abuela con una romana que teníamos para pesar granos de trigo, fruta, o
lo que fuese menester y pesó algo más de ocho kilos…
Juanito no daba crédito a lo que le había contado el abuelo pero entusiasmado y desde el puente colgante de Azadón le decía:
-
Abuelo, abuelo sería como esa que
se ve desde aquí…
-
No, que va. Esa es muy pequeña,
sería como diez veces la que ves.
Y así finaliza el cuento o aventura relatado por un abuelo a su nieto que hizo posible que años después el niño se aficionase tanto a la pesca de la trucha que se convirtió en un auténtico campeón, con varios triunfos en campeonatos provinciales, nacionales e internacionales.
Nota:
Escribir este cuento o
historia de pesca ha sido posible gracias a mi estimado amigo, Isidro Cano que
me envió la fotografía y me remitió al autor en Facebook, Jesús Coronado. La
fotografía tiene un texto en el que se apunta “trucha de Azadón hace bastantes
años. Ahora, no busques que no las encontrarás”.
Qué bueno Eduardo. Sirve para un filandon
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