Los Veleros. Foto Jesús El Beatle |
LUCIO ROBLES LAGARTO y sus hermanos vivieron de la trucha y la música como “Los Veleros de Boñar”
Texto y fotos: Eduardo García Carmona y otros
La comarca leonesa de Boñar, con el pantano de Vegamián y la estación invernal de San Isidro al norte y el río Porma como columna vertebral, es tierra de gentes amables, sencillas y trabajadoras. Personas de cara quemada por el sol y curtida por la brisa y el frío de la montaña. Villa donde sus gentes laborean la tierra, cuidan del ganado o trabajan en las minas más cercanas y donde existen muchos aficionados a la pesca de la trucha.
En ésta orbe, donde los romanos dejaron su huella, cinco hermanos: Vitalino (DEP), Lucio, Benicio, Felipe y Eliecer Robles Lagarto, más conocidos por “Los Veleros”, han marcado época con su maestría pescando truchas en el río Porma, principalmente, como auténticos pescadores profesionales. Gracias a las miles y miles de truchas, sacadas del río a caña, pudieron llevar adelante a sus familias e incluso poder dar estudios a sus hijos.
Uno de los hermanos, LUCIO ROBLES LAGARTO, con más de 80 años, vino al mundo junto al río de sus amores, en Vegamián, pueblo oculto en la sombra del pantano del mismo nombre.
Después,
con la guerra del 36, la familia Robles bajó a la villa del “negrillón”, Boñar
(León), donde se instalaron para siempre.
Fue
el padre de la saga, Felipe quien, por cierto no era aficionado a la pesca, el
que tenía el nombre de Velero como apodo. Lo suyo era tocar la dulzaina y le
llamaban para hacerla sonar en las fiestas. Por entonces, una canción se hizo popular en aquella época,
“Mi barco velero”. Allá donde iba, siempre le solicitaban tocar la misma
canción. Así se quedó con el apodo de “El Velero”.
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Los Veleros de procesión. Foto Jesús El Beatle. |
Los cinco hermanos Robles Lagarto, cuando eran unos mozos decidieron hacer una orquesta para tocar en las fiestas de los pueblos siguiendo los pasos del progenitor. Así nació la Orquesta Robles, aunque les conocían como “Los Veleros de Boñar”. Las comisiones de fiestas les obligaron a cambiarse el nombre si querían que les contratasen. Como Orquesta Robles, casi nadie les conocía. Así quedaron bautizados para siempre como “Los Veleros”, también sus hijos e, incluso, sus nietos y nietas son conocidos por el mismo apodo. Son toda una institución en Boñar y comarca.
Los comienzos en la pesca fueron con el hermano mayor, Vitalino, quien animó al segundo de la saga a acompañarle. Corría el año 1.947. Lucio tenía 14 años. Con la bicicleta recorrían toda la zona. Pescaban a cebo poniendo una lombriz al final y un poco más arriba un gusarapín. Con aquello era lanzar y sacar truchas. No existía cupo de capturas.
En lugar de cesta tenían un serón. Como no había botas, utilizaban unos “choclos”, especie de madreña que por debajo tenía gomas para no resbalar en las piedras.
Un
día en Cerecedo se les dio fenomenal la pesca. Si Vitalino pescaba, Lucio no le
andaba a la zaga. Las truchas nunca las mataban y las dejaban vivas en el
serón. Se amontonaban tantas que cuando se daban cuenta se salían del habitáculo,
volviendo al río. Pescaban con un varal de 7 u 8 metros, con los pies descalzos
metidos en el agua del río que se les helaban.
Se dedicaron profesionalmente a la pesca de la trucha desde los años 50 hasta 1975. Vivian del río y la música. La pesca siempre la practicaban de forma legal y a caña, nunca con malas artes.
Las
truchas las pagaban, por entonces, a 15 y 16 pesetas el kilo. Después, pasados
unos años, se llegaron a pagar sobre las 60 pesetas kilo.
Se vivía muy bien del río, incluso cuando la Administración comenzó a poner cupos. El primero, fue de 25 capturas por pescador y día. A ellos les daba lo mismo porque eran cinco hermanos pescando. Siempre cogían los cupos y de buenos ejemplares, aunque la gente que las compraba las prefería de “ración”. Saliendo todos los días se ganaban el jornal en el río.
Nadie sabrá nunca, ni siquiera ellos los kilos de truchas que sacaron del río. Es
incalculable. Por decir una cifra, bien se puede apuntar que unos 1.500 kilos
por temporada y seguro que son pocos. Pese a ello, las truchas no se terminaban
y cada temporada había más.
En Boñar existían dos personas que se dedicaban a comprar las truchas y mandarlas por tren a Madrid, especialmente. También a otras zonas. Eran, según me contaron, Martín Población, y un tal Bienvenido. Las truchas hacían varios trasbordos, antes de llegar al destino.
Se
comenta que Los Veleros además fueron inventores de alguna modalidad de pesca.
Bueno, lo que se dice inventores, inventores, no. Hacían pruebas en el río.
Un día comprobado que poniendo el plomo al final y los anzuelos por encima se pescaba más y mejor, adoptaron este método. Así nació la modalidad.
También,
cuando comenzaron a pescar a mosquito, se les ocurrió utilizar una sola mosca
con una boya y untarla con un líquido compuesto de parafina y gasolina, para
que flotasen. Así crearon la pesca a mosca seca con boya, que todavía se
utiliza por parte de muchos aficionados. Por cierto, antes de la boya ponían un
esmerillón para que el hilo no se rizase y el codal de la mosca no se
enrollara.
Nunca les denunciaron por pescar a caña. Lo intentaron muchas veces. Nadie se podía creer que, de forma legal, Los Veleros pudiesen pescar tantas truchas, así que, más de una vez, cuando salían a las 4 de la mañana a pescar, les vigilaba la Guardia Civil. Casi siempre iban a pescar al río Porma, desde Cofiñal a Lugán y Vegas del Condado. El camino lo hacían en bicicleta.
A Lucio un día en la zona de Cofiñal, animado por la cantidad de truchas que había bajo una roca, quiso sentirlas, con tan mala suerte que le pillaron los guardias civiles “con las manos entre las piedras”. Pese a que no tenía ni una trucha, le denunciaron igual. A veces, con la intención basta, debieron pensar los del benemérito cuerpo.
“La internacional” era la mosca favorita de Lucio que, también ha sido montador para consumo propio o para regalar a los amigos. Nunca para hacer negocio.
La
“internacional” es el nombre que le puso Lucio a una mosca que le pescaba
durante todo el año. Tiene un cuerpo amarillo especial, brinca amarilla, cabeza
amarilla y pluma indio avellanado. El hilo de montaje es todo un misterio.
Siempre decía los colores, pero no que tipo de hilo era.
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Lucio pescando congrejos |
Pese a que todos los montadores apuntan que la pluma no se puede retocar con las tijeras, a esta mosca la “afeitaba” y siempre pescaba. Además, siempre lleva la postura correcta en el agua, con el anzuelo por debajo. Para pescar en el Porma, con cuatro moscas le sobraban para toda la temporada: la internacional, carne, salmón y el verde aceituna.
LUCIO
ROBLES LAGARTO, tiene anécdotas para “dar y tomar”.
Una vez en el pozo “Mateo” de Boñar, Lucio sacó muy buenos ejemplares y la gente de Boñar no se creía que eran de allí. Otra vez consiguió sacar tres truchas seguidas, la más pequeña de 3,500 kilogramos. La mayor trucha que vio Lucio, la sacó un buen amigo suyo en el pozo de Cerecedo, pesó 12 kilos. “Le metíamos el puño en la boca y no tropezaba con los dientes. Lo malo es que se tuvo que meter al agua para poder sacarla y casi, el que no sale fue él. Poco más y se ahoga con el ejemplar”. Apuntaba.
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Foto El Correo Gallego |
Nunca les gustó vitorear lo que hacían. Fueron profesionales de la pesca, vivieron de ella y como tal no tenían por qué alardear de lo que hacían. Preferían pasar desapercibidos.
Con
Manuel Fraga Iribarne estuvo dos jornadas seguidas de acompañante y consejero
de pesca. Fue en el año 1.982.
Acudió a pescar al coto de El Condado y le llamaron para acompañarle, cobrando, claro.
Según
Lucio, Manuel Fraga era un excelente pescador de cucharilla y un incansable en
el río. No paraba de caminar y, además, no le gusta perder tiempo. Siempre
llevaba dos cañas. Si perdía una cucharilla, enseguida había que darle la otra
ya preparada.
Aquel día, en coto El Condado, río Porma, llegó a sacar 32 truchas. Por cierto, cuando estaban en la tabla de San Vicente, Don Manuel le dijo: “Lucio, en este mismo sitio el año pasado enganché la cucharilla en unas ocas y tirando, tirando, acabó por alojarse en la parte superior de mi ceja. Casi me quedo tuerto”. Tuvieron que quitarle la cucharilla con unos alicates, rompiendo la muerte y no dio ni un grito.
El segundo día se pescaba en la zona de Castrillo, el río estaba tomado, a causa de una tormenta del día anterior. Le acompañaba su hijo. Lucio le aconsejó pescar en las tablas de Secos del Porma zona de la barca. Se estaba iniciando a mosca.
Don
Manuel y él se acercaron a la zona elegida y después de unas horas volvieron a
Secos. Allí continuaba su hijo, sin moverse de donde la habían dejado.
Fraga exclamó: “Lucio, ¿ves cómo es esta juventud?...¡ este hijo mío debe tener la sangre blanca...¡”.
Pese
a todo había cogido una hermosa trucha.
Existe
una historia interesante de cuando hicieron el pantano de Vegamián.
Fue allá por el año 80, cuando en el colchón del pantano quedaron miles y miles de truchas. Había un espesor de más de un metro de truchas, algunas de gran tamaño. Con el paso de los días, comprobando que no salían de allí y que se estaban muriendo por asfixia, fueron los ingenieros de ICONA, Aureliano Criado Olmos y
Carlos Mondéjar, quienes contrataron a los cinco hermanos, junto con otros tres pescadores de la zona, para pescar todas las truchas del colchón. Trabajaron desde el amanecer, hasta el oscurecer. No paraban de sacar truchas. Por cierto, estaban delgadas como espadas, comentaban. Según salían, la guardería las metía en una cuba para devolverlas al río. Fue un trabajo muy duro que se alargó 15 días. Acabamos todos agotados y con un buen dinero.
Foto Jesús El Beatle |
Los Veleros de Boñar, Vitalino, Lucio, Benicio, Felipe y Eliecer Robles Lagarto de manera profesional, dejaron de pescar en el año 1975. Ahora pescan por afición, los que aún viven, aunque se les está quintando el gusanillo de salir al río.
Lucio
dice sentir vergüenza de lo que se encuentra hoy, la falta de amistad del
pescador a pie de río, la falta de conversación, de educación…en fin, la falta
de todo y encima no hay truchas, apuntaba.
Gracias Lucio porque, aunque sólo pesqué a tu lado un día por debajo del puente antiguo de Boñar, desde aquel día has pasado a ser uno de "mis amigos de la pesca" y que Dios te guarde muchos años por las orillas del Porma y cualquier otro río de León.
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